lunes, 11 de junio de 2007

EL CENTRALISMO PERVERSO Por Carlos Heguy


Siempre, desde que se organizó la Argentina y en particular cuando se unificó con la incorporación de la provincia de Buenos Aires y se instaló la Capital Federal, el centralismo resultó una constante de la política nacional.
Los presidentes que sucedieron a Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Juárez Celman, son provincianos de origen que gobernaron desde Buenos Aires y para Buenos Aires. Quizás en aquellos años se justificara en parte este proceso, en la necesidad de promover la unión nacional y asegurar la paz interior pero, a la larga, resultó nefasto para el país.
Este hecho de los presidentes centralizadores provenientes del interior se reafirma con la tendencia similar de los gobernadores “centralistas” que se concentran en sus capitales. La miopía política parece ser una enfermedad generalizada entre gobernantes argentinos.
En los gobiernos de facto y en los períodos en que gobernó el populismo autoritario, este proceso centralizador se acentuó como resultado del colapso de las instituciones republicanas y de la política económica y del clientelismo político electoralista.
Si nos detenemos a observar la situación actual veremos que se han sometido las autonomías provinciales al dominio del Presidente, mediante la neutralización práctica del parlamento, eximiéndolo de hecho, del control de quienes representan a los estados provinciales o a sus pueblos y del manejo de “caja” que somete a sus gobernadores ¡poderoso caballero es don dinero!
¿Cómo puede el Gobernador de La Pampa resistir las presiones de un Presidente que se desborda, si recibe 800 millones y sólo recauda 200? (Año 2005).
Así, hemos visto a la actividad emblemática de la provincia, la ganadería vapuleada y saqueada por la resolución personal innecesaria y caprichosa, que además transfiere ingresos de la provincia a la “caja” de su gobierno y a otros sectores urbanos, mediante una política cambiaria, retenciones y aranceles, claramente injusta y discriminatoria contra la Provincia.
¿Qué recibe la Provincia a cambio, más que las 30 monedas que amansan la aquiescencia cómplice de los políticos oficialistas?
Lo que pasa ahora, ha pasado antes, con sus más y con sus menos y esta situación y sus consecuencias acumuladas a lo largo de muchos años, ha condicionado y configurado una Argentina que ha crecido poco y mal, deformada por su macrocefalia y en la escualidez de su torso y miembros.
Ya hemos mencionado el riesgo de las megalópolis incontrolables. Es el constante acumular gente desplazada del interior del país y de países vecinos, sumada a la decadencia en materia de seguridad, justicia, educación, salud, falta de ocupación, de infraestructura, drogadicción y miseria económica y social, lo que constituye una combinación diabólica que un estado débil no puede enfrentar con su incapacidad de gestión y de ordenar (no necesitamos nombrar San Vicente como ejemplo).
Los datos conocidos sobre el incremento de las “villas” producido en el último quinquenio, período prácticamente coincidente con los gobiernos de Duhalde y Kirchner, que señalan un incremento de 24 en Capital y más de 600 en el conurbano con una población de las mismas que pasó de 638.000 a 1.150.000 nos plantea un problema prácticamente insoluble. Aún si las condiciones mejoraran, el flujo de desplazados tenderá a incrementarse.
Si la política económica actual continúa sacando recursos al interior para subvencionar consumos y servicios urbanos es obvio que el problema seguirá agravándose máxime teniendo en cuenta que esta política, en muchos casos, no hace distinción entre ricos y pobres en sus subvenciones.
La única solución posible es un cambio copernicano, decidido, tendiente a promover el desarrollo del interior para poder ocupar y retener la población en sus lugares de origen.
Debemos revertir los efectos perversos de las políticas centralistas. Es prioritario detener este proceso de concentración en el Gran Buenos Aires. Así habrá posibilidades de construir y recrear condiciones civilizadas de vida y en esto no debe haber mezquinos cálculos clientelísticos y electorales.
Construir un país efectivamente descentralizado, federal y municipal, más armónico y parejamente poblado y desarrollado, es el gran desafío para Argentina en la primera mitad del Siglo XXI.

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